Los conquistadores trajeron
productos y especies nuevas (ganado, trigo, vid, árboles frutales, etc.), los
que junto a los cultivos autóctonos (maíz, papas y porotos, entre otros)
alcanzaron a fines del siglo XVI una producción que satisfacía las necesidades
de consumo de la población de Chile.
Sin embargo, la actividad
económica más importante de este siglo fue la minería y esta se
concentró en la explotación de los lavaderos de oro, como Quilacoya y Madre
de Dios, ubicados al sur de Chile, por lo que su explotación estuvo
supeditada al desarrollo del conflicto con los indígenas. Pero pronto la fiebre
minera se detuvo debido al abandono de los lavaderos ubicados en territorio
indígena y, lentamente, se fue dando paso a las ganancias que se generaban en
las estancias con las actividades ganadera y agrícola.
Del ganado se obtenían
varios productos, como el charqui, el cuero y el sebo.
Este último era el principal producto de exportación, pues se empleaba como
materia prima para la fabricación de velas.
En este mismo siglo, la
estancia se fue transformando en hacienda, y esta fue conformando una
segunda etapa económica del período. La tierra empezó a adquirir un alto valor,
lo que llevó a ocupar más terrenos cultivables. A partir de 1680 el trigo
adquirió gran valor, pues una plaga arruinó las cosechas peruanas. Entonces
Chile se transformó en el granero del Perú, y poco a poco la agricultura
fue desplazando a la ganadería.
La minería durante el siglo
XVIII resurgió, gracias a la consolidación del comercio externo, siendo el
principal producto la plata y luego el oro. Esto contribuyó, en gran medida, a
aumentar la fortuna de la clase alta de la época y, a través del impuesto
llamado quinto real, ayudó a España a financiar, parcialmente, sus
gastos en Chile.
El comercio exterior,
desde la conquista, se realizaba solo entre España y América, utilizando un sistema
de flotas y galeones, cuya base era Sevilla. Las naves se dirigían al Nuevo
Mundo y al aproximarse a Las Antillas se dividía en dos grupos. Uno navegaba
hacia los puertos de Cartagena (Colombia) y Portobello (Panamá). El otro se
encaminaba hacia Veracruz (México), para luego ir a La Habana (Cuba), donde
finalmente se reunían todos para partir rumbo a Europa.
Los mercaderes debían
dirigirse a estos puertos a realizar sus transacciones. Por lo general, los
comerciantes chilenos se entendían con los peruanos para que estos los
representaran y luego les enviaran las mercancías encargadas en su nombre. Este
sistema comercial, si bien servía para mantener el monopolio español, provocaba
que los productos europeos tuvieran altos precios. En el siglo XVIII, la dinastía
de los Borbones empezó a liberalizar el comercio en forma paulatina.
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