sábado, 11 de agosto de 2012

LA ECONOMÍA COLONIAL







Los conquistadores trajeron productos y especies nuevas (ganado, trigo, vid, árboles frutales, etc.), los que junto a los cultivos autóctonos (maíz, papas y porotos, entre otros) alcanzaron a fines del siglo XVI una producción que satisfacía las necesidades de consumo de la población de Chile.
Sin embargo, la actividad económica más importante de este siglo fue la minería y esta se concentró en la explotación de los lavaderos de oro, como Quilacoya y Madre de Dios, ubicados al sur de Chile, por lo que su explotación estuvo supeditada al desarrollo del conflicto con los indígenas. Pero pronto la fiebre minera se detuvo debido al abandono de los lavaderos ubicados en territorio indígena y, lentamente, se fue dando paso a las ganancias que se generaban en las estancias con las actividades ganadera y agrícola.
Del ganado se obtenían varios productos, como el charqui, el cuero y el sebo. Este último era el principal producto de exportación, pues se empleaba como materia prima para la fabricación de velas.
En este mismo siglo, la estancia se fue transformando en hacienda, y esta fue conformando una segunda etapa económica del período. La tierra empezó a adquirir un alto valor, lo que llevó a ocupar más terrenos cultivables. A partir de 1680 el trigo adquirió gran valor, pues una plaga arruinó las cosechas peruanas. Entonces Chile se transformó en el granero del Perú, y poco a poco la agricultura fue desplazando a la ganadería.
La minería durante el siglo XVIII resurgió, gracias a la consolidación del comercio externo, siendo el principal producto la plata y luego el oro. Esto contribuyó, en gran medida, a aumentar la fortuna de la clase alta de la época y, a través del impuesto llamado quinto real, ayudó a España a financiar, parcialmente, sus gastos en Chile.
El comercio exterior, desde la conquista, se realizaba solo entre España y América, utilizando un sistema de flotas y galeones, cuya base era Sevilla. Las naves se dirigían al Nuevo Mundo y al aproximarse a Las Antillas se dividía en dos grupos. Uno navegaba hacia los puertos de Cartagena (Colombia) y Portobello (Panamá). El otro se encaminaba hacia Veracruz (México), para luego ir a La Habana (Cuba), donde finalmente se reunían todos para partir rumbo a Europa.
Los mercaderes debían dirigirse a estos puertos a realizar sus transacciones. Por lo general, los comerciantes chilenos se entendían con los peruanos para que estos los representaran y luego les enviaran las mercancías encargadas en su nombre. Este sistema comercial, si bien servía para mantener el monopolio español, provocaba que los productos europeos tuvieran altos precios. En el siglo XVIII, la dinastía de los Borbones empezó a liberalizar el comercio en forma paulatina. 

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